"CUANDO LA VERDAD ESTÁ TODAVÍA CALZÁNDOSE LAS BOTAS, LA MENTIRA YA HA DADO LA VUELTA AL MUNDO" (Mark Twain)

martes, 22 de mayo de 2007

Dogmas innecesarios

Menudo rifi-rafe hemos armado entre otra bloguera y yo, en su blog. Ella dice que yo me he picado y yo digo que ha sido ella. Total, lo único que hice fue, a mi juicio, una pequeña observación sobre un comentario de una de sus entradas. Pensaba que en los blogs se podía comentar libremente, pero parece que no. Es buena chica, buenas ideas. Pero me recuerda a la gente que padece el síndrome del dogma innecesario.
En España somos muy dados a ello. La emprendemos con alguien, un personaje público, histórico, un político, y cualquiera que tenga la osadía de salir en su defensa, es inmediatamente tildado de antisocial, enemigo público y con alto grado de peligrosidad para la sociedad. Ya nadie se acuerda de por qué se la emprendió con aquél, o lo que es peor, algunos sólo lo saben por lo que otros les han contado. Es lo que hoy en día llamamos “políticamente correcto”, y nadie se atreve a discutirlo. Se ha convertido en un dogma. Hay que creer que X (quien sea) fue, o es, un tal y un cual. No merece que se respete su memoria y sus seguidores deben ser reducidos al silencio, sobre todo a base de burlas insoportables.
Me basta con los dogmas que me impone mi fe católica, que tampoco son tantos. Y no soporto que nadie me imponga ninguno más. Si alguien es un indeseable o lo ha sido, tendrán que demostrármelo, pero me niego a dejarme llevar por la corriente de la masa.
Recuerdo una viñeta de Manuel Vázquez, en la que un montón de trabajadores de oficina rodeaban a un compañero, mirándolo con auténtica curiosidad. El observado decía: ”¿Pero qué pasa? Yo sólo he dicho que no me gusta el fútbol…” Pues eso. Que somos muy demócratas, y muy respetuosos, hasta que damos con alguien que se atreve a discutir uno de nuestros dogmas innecesarios, impuestos por nosotros mismos. Entonces lo observamos como algo salido de una sexta dimensión, un bicho raro que, además, hay que pisar y sobre todo amordazar.
Sucede lo mismo con la Iglesia. Programas de televisión, de radio, libros, chistes, artículos de prensa, pancartas, disfraces, todo sirve para ridiculizar a la Iglesia y a los católicos. Nos defendemos siempre que podemos, apelando un legítimo derecho al buen nombre. Pero no: el dogma ya está impuesto y hasta que no llegue otro chivo expiatorio eso no va a acabar. Lo peor es que muchos de los que se quejan de padecer esta persecución, la practican con otros en distinto ámbito.
La bloguera en cuestión no me ha reducido al silencio. Al fin y al cabo ha publicado todos mis comentarios. Pero con sarcasmo. Es otro método.