"CUANDO LA VERDAD ESTÁ TODAVÍA CALZÁNDOSE LAS BOTAS, LA MENTIRA YA HA DADO LA VUELTA AL MUNDO" (Mark Twain)

lunes, 27 de septiembre de 2010

Blood Money

Me envían el siguiente correo electrónico. Copio y pego:

¡EL 8 DE OCTUBRE LLEGA A LOS CINES LA PRIMERA PELÍCULA 100 POR 100 PRO VIDA! Estimados amigos del CIDEVIDA, sé que desde hace tiempo estáis más que metidos en la lucha por la vida del no nacido. Con la aprobación de la nueva ley del aborto, la situación en España parece haber dado un retroceso... ¡PERO NO ES ASÍ! Cada uno de nosotros podemos poner nuestro granito de arena y seguir luchando por esos bebés y esas madres y, de momento, nuestro paso más efectivo debe de ser el de INFORMAR y ARGUMENTAR.
El próximo 8 de octubre se va a estrenar en las salas españolas un documental que narra las verdades sobre el aborto: BLOOD MONEY, EL VALOR DE UNA VIDA.
La película recoge, sin recurrir a imágenes sangrientas, CONFESIONES de médicos y enfermeras de clínicas abortistas que cuentan la triste verdad que se esconde detrás de esta bien llamada “INDUSTRIA” que tan duramente está golpeando al mundo que se dice “desarrollado”. Además, también participan numerosas mujeres que abortaron en su momento, contando lo que les dijeron y la realidad con la que se encontraron luego.
En España sabemos que se han querido sumar a la causa de esta película todos los grandes líderes pro vida de nuestro país como Benigno Blanco, Ignacio Arsuaga, Jesús Poveda o Alicia Latorre y de hecho, se ha añadido una parte final al documental de creación 100 por 100 española que sólo podremos ver aquí.
Éste es el trailer doblado de la película:





Y éste el grupo que han creado en Facebook:

http://www.facebook.com/pages/BLOOD-MONEY/138727132820316?ref=ts

BLOOD MONEY es una apuesta arriesgada y la ha traído la misma distribuidora que en su día estrenó Bella y La Última Cima, una garantía de que viene de la mano de personas cargadas de buenas intenciones. También nosotros podemos tratar de echar un cable a esta causa, yendo a las salas de cine y haciendo circular y dando a conocer esta y otras iniciativas, y así demostrar que SÍ que defendemos la vida, y que SÍ que estamos dispuestos a seguir luchando por los derechos de los bebés y de sus madres.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Ganar o perder


Me encuentro esto en el Facebook de una amiga mía (Feisbuc para los amigos):

"MES DEL CANCER..EN MEMORIA DE NUESTROS FAMILIARES Y AMIGOS QUE PERDIERON LA BATALLA. EL 92% NO COPIARÁ NI PEGARA ESTO EN SU MURO. YO SI LO HAGO Y LO HAGO POR TODOS AQUELLOS QUE SIGUEN LUCHANDO POR GANAR, ORGULLOSOS DE SER DEL 8%. PONLO EN TU PERFIL POR LO MENOS UNA HORA (por los que la pelearon hasta el último instante)."

Vaya por delante que entiendo a qué se refiere y lo apoyo, desde luego. Pero yo le pondría un ligero matiz: perder la batalla es darse por vencido, rendirse. Decir "dame una estocada, que no puedo más".

En todas las guerras hay muertos y heridos, también entre los vencedores.

Y ya puestos, si lo vemos desde una perspectiva cristiana, ninguno de los que pelean hasta el último instante sale perdiendo.

viernes, 3 de septiembre de 2010

El guardián

Me recomiendan el siguiente artículo de Juan Manuel de Prada. Iba a ponerlo enlazado, pero ante el peligro de que a alguien no le funcione bien el invento y se quede sin leerlo, lo reproduzco aquí entero sin más. Que aproveche.



El guardián de Dios

SI hay algo que me conturba el ánimo (tal vez porque me recuerda la «abominación de la desolación» de la que hablaba el profeta Daniel: esto es, el sacrilegio del templo) es el espectáculo de los turistas indecentes que se pasean por las iglesias como por un mercadillo playero, en camiseta de tirantes y pantalón corto, pavoneándose de la pelambre de sus canillas, de los morrillos de carne excedente de sus cinturas, de su muslamen injuriado por la celulitis, mientras disparan fotografías por doquier e intercambian comentarios vocingleros en la capilla del Santísimo, como los intercambiarían en un retrete comunal. Esta pérdida generalizada del decoro (que es expresión de otra pérdida más aflictiva, que es la pérdida del sentido de lo sacro) alcanza una expresión paroxística en las iglesias de la Toscana más celebradas por las guías turísticas, ante la pasividad o negligencia de las propias autoridades eclesiásticas. Es verdad que a las puertas de los templos suele haber carteles que reclaman respeto al visitante; pero la caterva turística se pasa tales avisos por la entrepierna, que gusta de rascarse sin rebozo y llevar bien aireada, tal vez para aliviarse las escoceduras de las caminatas, tal vez para exhibir su nauseabunda indiferencia. Y así las iglesias se van convirtiendo en zocos de zafiedad impronunciable, donde la luz roja del sagrario tiembla acongojada, como debió de temblar ante las invasiones de los bárbaros.
Pero, mientras la abominación de la desolación campa por sus fueros, aún queda algún irreductible guardián de Dios que no se resigna. En la iglesia de San Agustín, en Montepulciano, un sacristán viejo y acaso impedido, acaso también loco, vigilaba, sentado en una silla al pie del presbiterio, el trasiego de turistas en el templo. Entró una recua, con las consabidas camisetas de tirantes y los pantaloncitos cortos que enseñan los mofletes del culo; y el mulo que parecía capitanear la recua voceó, para recrearse con el eco de la bóveda: «Venga, vamos a hacernos unas fotos aquí». Entonces el sacristán, poseído por esa virtud cristiana hogaño en desuso llamada santa ira (la misma virtud que animaba a Cristo cuando expulsó a los mercaderes del templo y cuando maldijo a la higuera seca), lo increpó desde la penumbra: «Tú, cerdo, vete a hacer fotos a la pocilga de tu casa, donde tu madre te dejará ir vestido como un mamarracho». El mulo entonces titubeó, incrédulo ante la osadía del sacristán loco, incrédulo de que una estantigua semejante se atreviera a cercenar sus sacrosantos derechos democráticos, pero mientras titubeaba el sacristán loco proseguía su retahíla de improperios: «Largaos de aquí con viento fresco, panda de guarros, que no os quiero ver ni en pintura». El italiano campesino del sacristán loco, áspero como un vino mal fermentado, sonaba a gloria bendita, era como escuchar al león de Judá en el día del Juicio Final, separando a las ovejas de los cabritos. Y los cabritos de la camiseta de tirantes y el pantaloncito corto se fueron con el rabo entre las piernas, perseguidos por la santa ira del sacristán loco, que apenas los vio desaparecer del templo recuperó un aire inocente y beatífico, como acariciado por la brisa de la Jerusalén celeste.
Transido de emoción, me arrodillé en la penumbra de la iglesia de San Agustín, en Montepulciano, y rogué fervorosamente a Dios que concediera muchos años de vida a aquel sacristán, y que le mantuviera incólume la virtud de la santa ira. La llama del sagrario resplandecía con un vigor jubiloso e impávido, orgullosa de su celoso guardián.


Juan Manuel de Prada