Era una de esas veces que se quiere rezar y no se sabe ni cómo empezar. En la iglesia, detrás de mí, una madre joven con su hija pequeñísima, unos cinco años, respondía a sus preguntas infantiles:
- ¿Jesús está en la cruz?
- Sí, en la cruz. -responde la madre
- ¿Y por qué?
La respuesta de la madre no me llegó, porque hablaba casi al oído de la niña. Al final, esta le dice a su madre:
- ¡Pobrecito!
- Sí, pobrecito. Tírale un beso.
- ¡Chuik!
¿Lo ves, Altea? No es tan difícil.